Como todos los totalitarismos del siglo XX, el
Vaticano II seguirá causando grandes estragos
16/10/18
3:50 PM
El Concilio Vaticano II fue
inaugurado en Roma hace exactamente 57 años –republicado en 2019 por nosotros-, el 11 de octubre de 1962. Juan XXIII
había escogido este día, la festividad de la maternidad divina de la Santísima
Virgen, un recuerdo del Concilio de Éfeso, como el día de su inicio. Ironía de
las ironías: el torbellino generado por el Concilio que casi extinguiría la
liturgia tradicional de la iglesia romana incluía
la abolición de la festividad de este día –ataque
a los méritos de la Madre de Dios- y la transformación del octavo día de
Navidad en una solemnidad similar –ataque
a Nuestro Salvador y Redentor por la jerarquía masónica (Apoc.13,11) apoderada
de las mesas de trabajo del Concilio-.
Papa Juan XXIII
Hay varias
maneras de entender el Vaticano II, pero una quizás se ha pasado por alto. Se
dice a menudo que el Concilio fue una “reacción” de obispos europeos transformados, “horrorizados”
por la segunda guerra mundial. Y sin embargo… esos fueron los hombres del siglo
XX, marcados por los grandes movimientos del siglo XX, los cuales –comunismo y fascismo/nacional-socialismo–
se caracterizaron por un odio hacia el pasado y la tradición, y un amor por el
nuevo hombre, la nueva sociedad, el nuevo mundo. Todas las cosas, todas las
tradiciones, todas las familias, todas las instituciones, y todas las personas
que eran obstáculos para la construcción del nuevo estado socialista, la nueva
gente, el nuevo Pueblo debían ser abolidas
para siempre.
La iglesia
se había mantenido como una fortaleza contra ambas amenazas, pero, dentro de la
iglesia, a pesar de los mejores esfuerzos de San Pío X, la levadura del modernismo nunca había sido
limpiada –la cabeza visible y perversa de
infiltrar la perniciosa corriente modernista ha sido el cardenal judío alemán
Joseph Karl Ratzinger (luego Benedicto XVI)-. No es de extrañar
que el imprudente llamamiento de Juan XXIII para el Concilio despertó a todos
los hombres que estaban imbuidos del espíritu de la época, y este espíritu era
el mismo de los totalitarismos: el odio a la tradición, el impulso de purgar el
pasado, la necesidad de construir una nueva iglesia, en realidad un nuevo “pueblo
de Dios”: Das Volk Gottes.
Los católicos tradicionales y
conservadores hemos pensado a menudo que el fin de la pesadilla que comenzó ese
11 de octubre, 57 años atrás –del 2019-, estaba a punto de llegar. Trataron de
acabar con todo, incluso el legado más preciado de nuestros padres en la fe, la
Misa tradicional en latín. Y casi
lo logran, si no hubiera sido por un remanente fiel. Una y otra vez, las
esperanzas de los fieles católicos se han desvanecido.
Y sólo ha
empeorado: Francisco es prácticamente una caricatura de un liberal del Vaticano
II. Al igual que todos los regímenes totalitarios, la “Iglesia conciliar” crea
un vórtice destructivo, en el que todo el pueblo tiene
que ser completamente aniquilado con el líder: en nuestro caso, el líder es una
idea abstracta, el “espíritu del Vaticano II”.
Francisco, manipulado por Benedicto XVI, será traicionado y acusado de perverso, Benedicto XVI engaña con campaña mediática haciéndose la víctima de Francisco para él sentarse en la Silla de Pedro nuevamente y presentar al Anticristo Maitreya como si fuese el verdadero Mesías.
Sin embargo, nuestra esperanza
sigue siendo que esto también pasará: así como los pueblos no fueron destruidos
después de que sus líderes totalitarios murieran, nuestra iglesia, más grande
que cualquier pueblo nacional, seguirá en pie, con la Cruz de su novio,
Salvador de la humanidad:
Dignus est Agnus, qui occisus est, accipere
virtutem, et divinitatem, et sapientiam, et fortitudinem, et honorem, et
gloriam, et benedictionem. Et omnem creaturam, quæ in cælo est, et super
terram, et sub terra, et quæ sunt in mari, et quæ in eo : omnes audivi dicentes
: Sedenti in throno, et Agno, benedictio et honor, et gloria, et potestas in
sæcula sæculorum. Amen.
(Traducción: Rocío Salas. Artículo original)