Pío XI. Mortalium animos (II) o Ecumenismo infernal
de ‘Francisco’ antipapa.
Templo del anticristo ecuménico en construcción por los jesuitas de Bergoglio.
31/10/18 5:10 PM
por SÍ SÍ NO NO
Resumen de la
primera parte
En la entrega anterior vimos que,
tras haber recordado que los católicos no pueden apoyar de ningún modo las
reuniones ecuménicas, en las que se considera que los diferentes pueblos,
aunque tengan sobre Dios ideas totalmente distintas, se pondrán de acuerdo, sin
embargo, un día en la profesión de un mínimo común denominador de doctrinas, el
Papa advierte que semejante teoría pan-ecumenista, no sólo es falsa, sino que
repudia totalmente la verdadera religión falseando su concepto, abriendo el
camino al naturalismo y al ateísmo (Pío XI, Encíclica Mortalium animos, 6 de enero de 1928, en Tutte le Encicliche dei Sommi Pontefici, Milano,
Dall’Oglio Editore, de. V, 1959, 1º vol., p. 803).
Atención al engaño
bajo apariencia de bien
En esta
segunda parte del artículo dedicado a la Mortalium animos,
vemos que Pío XI advierte a los católicos que presten atención sobre todo “allí
donde bajo la apariencia de bien se oculta fácilmente el engaño” (ivi), es
decir, allí donde “se trata de promover la unidad entre todos los cristianos”
(ivi). En efecto, la apariencia de bien o el sofisma dentro del cual se oculta
el error manifiesto es profesar que es debido que “cuantos invocan el nombre de
Jesús se abstengan de las recriminaciones mutuas y se unan con un poco de
caridad recíproca” (ivi). En efecto, Jesús, en el Evangelio (Jn., XIII, 35), recomendó a sus discípulos que se
amaran los unos a los otros; así, “si todos los cristianos, un día, se
convirtieran en una sola cosa, serían más fuertes para combatir la peste de la
impiedad” (ibidem, p. 804).
Este es el eslogan de los
“pan-cristianos”, como los llama Pío XI, los cuales, “bajo estas palabras tan
atrayentes y amorosas” (ivi), en cuanto propugnan la unidad de los cristianos,
esconden “un error de los más graves, que derrumba desde los cimientos las
bases de la fe católica” (ivi).
El pan-ecumenismo
es una apostasía de la verdadera religión
Según Pío XI, por lo que respecta
al pan-ecumenismo, no se trata de desviaciones, de herejías, sino de una
auténtica apostasía, o sea, de pasar de la religión católica a otra
esencialmente distinta de ella: el racionalismo o el ateísmo. En efecto,
explica el Papa, Dios podría haber dado al hombre solamente una ley natural
para conseguir que se dirigiera hacia su fin último. En cambio, Dios quiso
añadir a la ley natural preceptos especiales a los que los hombres debieran
obedecer y reveló verdades que debemos creer. “Por tanto, es claro que no puede
existir religión verdadera sino la que tiene como base la palabra revelada de
Dios: revelación comenzada en los orígenes de la humanidad, continuada en el
Antiguo Testamento y perfeccionada y concluida por Jesús mismo en el Nuevo
Testamento” (ibidem, p. 805).
En resumen, el hombre, según Pío XI,
debe creer en la revelación y en la palabra de Dios y obedecer sus
mandamientos. Pues bien, para ayudar al hombre a cumplir estos deberes, “Dios
fundó en la tierra Su Iglesia. Por tanto, uno no puede profesarse cristiano sin
creer que Cristo fundó una Iglesia y una Iglesia única” (ivi).
Este es el punto crucial. En
efecto, “el disenso comienza cuando se quiere saber cuál debe ser esta Iglesia
según la voluntad de Su Fundador” (ivi).
Los protestantes niegan que la
Iglesia de Cristo deba ser visible y jerárquicamente constituida. En cambio, el
Evangelio nos muestra cómo “Cristo instituyó Su Iglesia como sociedad perfecta,
por su naturaleza externa y visible, la cual prosiguiera en el futuro la obra
de la redención humana, bajo una sola Cabeza, con la enseñanza de viva voz y
con la administración de los sacramentos; no por nada la paragonó a un reino, a
una casa, a un redil, a un rebaño. Finalmente, esta Iglesia, una vez muertos Su
Fundador y sus Apóstoles, que tanto la habían difundido, no podía acabar y extinguirse,
ya que le fue mandado llevar a la salvación eterna a todos los hombres de todos
los tiempos. Por tanto, es imposible que la Iglesia no exista todavía hoy y en
todo tiempo, y no sea la misma que en la edad apostólica” (ivi).
Arzobispo Fulton Sheen habló sobre el falso papa, el anticristo y la iglesia ecuménica sin Dios.
Confutación del
error fundamental sobre el que se basan las iniciativas ecumenistas
Pío XI, llegado a este punto,
afirma que es necesario confutar el error sobre el que se fundan las
iniciativas ecumenistas de los a-católicos, relativas a la unión de todas las
sectas cristianas puestas en común con la Iglesia que Cristo fundó sobre Pedro.
Los ecumenistas piensan que el
deseo de Cristo de fundar una sola Iglesia dirigida por un solo Pastor ha
quedado sin efecto, negando así implícitamente la divinidad y la omnipotencia
de Cristo. Ellos afirman que la Iglesia, actualmente, está dividida en varias
partes, o sea, consta de varias pequeñas iglesias o comunidades particulares,
que convienen sólo en algunos puntos de doctrina. La Iglesia estuvo quizá unida
sólo en la edad apostólica. Por tanto, sería necesario poner aparte todas las
controversias dogmáticas entre los cristianos y prestar atención sólo al mínimo
común denominador que los pone en común. Sólo cuando todas las distintas
iglesias estuvieran confederadas en este fondo común de fe, podrían poner freno
a la incredulidad.
Pío XI responde a los
pan-cristianos que “la Sede Apostólica no puede de ningún modo tomar parte en
sus congresos, y de ninguna manera los católicos deben unirse a semejantes
tentativas, de otro modo darían autoridad a una pretendida y falsa religión
cristiana, que está mil millas alejada de la única Iglesia de Cristo” (ibidem,
p. 807).
No se puede admitir que la verdad
revelada por Dios quede comprometida. Pues bien, lo que está en juego en este
asunto del ecumenismo es precisamente la verdad revelada por Dios sobre la
naturaleza de Su Iglesia: una, santa, católica, apostólica y romana.
Se plantea en este punto un
dilema. En efecto, los pan-cristianos, que quieren unir todas las iglesias y
las sectas, parecen animados por una idea muy noble y caritativa: acrecentar la
unidad entre cristianos, pero – se pregunta el Papa – “¿cómo puede la caridad
dañar la fe?” (ivi). Después recuerda que San Juan (el Apóstol de la caridad)
“prohibió absolutamente todo tipo de relación con cuantos no profesaban entera
e inmaculada la doctrina de Cristo. Por tanto, si la caridad no tiene otro
fundamento que la fe íntegra y sincera, es necesario para los cristianos, si
quieren unirse, unirse antes y sobre todo en la unidad de la fe íntegra y
sincera” (ibidem, p. 808).
Esta verdad recordada por Pío XI
no debemos olvidarla jamás, sobre todo hoy, cuando se querría que practicáramos
una caridad sin o incluso contra la fe. Por ejemplo, en Asís se oró juntos cada
uno a su divinidad (también los a-cristianos y los ateos…), pero sin la fe no
subsiste la caridad. Pues bien, en Asís la fe faltó y, por tanto, faltó la
verdadera caridad sobrenatural para dar lugar a un simulacro de filantropía y
amistad puramente natural.
El Papa continúa: “¿Cómo se puede
pensar en una Confederación cristiana, cuyos miembros, también en materia de
fe, pueden considerar cada uno lo que les parece, cuando también los demás
tienen ideas y sentimientos opuestos?” (ivi). En resumen, sin unidad de fe no
subsiste la caridad. Y propone un remedio: “Esta unidad puede nacer sólo de un
único magisterio, de una única ley del creer y de la única fe de los
cristianos, mientras que la desigualdad de las opiniones es el camino hacia la
negligencia de la religión, o indiferentismo, y al modernismo, según el cual la
verdad dogmática no sería absoluta sino relativa” (ivi).
El único ecumenismo
verdadero
Pío XI enseña que “la reunión de
los cristianos se puede favorecer solamente favoreciendo el retorno de los
disidentes a la única Iglesia verdadera de Cristo, de la cual se separaron; a
la única Iglesia verdadera de Cristo, que es visible para todos y que, por
voluntad de Su Fundador, seguirá siendo tal y como Él mismo la fundó para la
salvación de todos” (ibidem, p. 809).
Además, el
Cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia, es uno (1 Cor.,
XII, 12), es compacto y conexo y es semejante a Su cuerpo físico. Por tanto es
una estupidez pretender que este Cuerpo místico resulte de miembros desunidos y
dispersos. Por tanto, quien no está unido a él no es miembro suyo, no está
unido a su cabeza, que es Cristo (Ef., V, 30).
Finalmente “nadie está en esta
única Iglesia de Cristo, nadie persevera en ella, si no reconoce y acepta la
autoridad y la potestad de Pedro y de sus legítimos sucesores” (ivi).
Los
disidentes que salieron de la Iglesia, que vuelvan a ella y serán acogidos con
gran amor. Como enseña Lactancio: “si alguien no entra o sale de la Iglesia se
queda fuera de la vida de la esperanza y de la salvación. Aquí no conviene
engañarse a sí mismos con disputas pertinaces. Aquí se trata de la vida y de la
salvación: si no se presta atención con cautela y con diligencia, la vida, la
salvación, se pierden y se encuentra la muerte” (Divin. Instit., IV,
30, 11-12).
Por tanto, el Papa hace una última
llamada: “Que vuelvan los hijos disidentes a la Sede Apostólica, colocada en
esta ciudad que Pedro y Pablo consagraron con su sangre, a esta Sede que es
raíz y origen de la Iglesia; pero que no vuelvan con la idea de que la Iglesia
del Dios vivo abandone la integridad de la fe y tolere sus errores; sino más
bien para someterse a su magisterio y gobierno” (ibidem, 811).
Conclusión
A partir de
lo que es enseñado en la Encíclica Mortalium animos salta
a la vista cuánto el falso ecumenismo, iniciado con el Concilio Vaticano II, se
aleje de la doctrina y de la práctica bimilenaria de la Iglesia, resumida en la
Encíclica de Pío XI.
Es, por tanto, deber nuestro
permanecer anclados en la fe católica de siempre y repudiar todas las novedades
ecuménicas que la comprometen y nos exponen al peligro de naufragar y apostatar
de la fe católica, como Pío XI nos advirtió.
Robertus
Fin de la segunda y
última parte
(Traducido por Marianus el eremita /Adelante la Fe)